Un factor fundamental en el planeamiento urbanístico
sostenible es incrementar la eficiencia energética del conjunto mediante el
fomento de medidas pasivas y otros sistemas que tiendan a minimizar el consumo energético.
Pero una vez resuelto este tema normalmente existe una demanda energética que
debemos cubrir con otros sistemas.
Los actuales biocombustibles tienen ventajas en
cuanto a emisiones respecto a los combustibles fósiles a los que sustituyen
pero generan cada vez más dudas acerca de su viabilidad y su impacto
medioambiental ya que se producen a
partir de cultivos tradicionales como la caña de azucar,
el maíz, el sorgo, la palma africana,
etc. y en espacios hasta hace poco destinados a cultivos alimentarios. Por ello
se está trabajando en el desarrollo de una segunda generación de
biocombustibles que contrarreste estos inconvenientes.
A través de la hidrólisis enzimática es posible
convertir residuos en etanol, sin afectar al equilibrio ecológico ni a la
cadena de alimentación.
El etanol se
puede producir a partir de celulosa. El proceso consiste en convertir la
celulosa, que puede provenir de pastos perennes, restos de cosechas, residuos
orgánicos municipales y de casi cualquier otro material orgánico, en azúcares
que se fermentan para su obtención.
Por otra parte, se puede producir biodiesel
o etanol a partir de ciertas algas con un alto contenido en aceites. El
aceite extraído de las algas se puede transformar en biodiesel. Con la
incipiente tecnología actual se estima que de una hectárea de algas anualmente
se pueden obtener más de 20.000
litros de biocombustible. Las algas requieren CO2 lo que
reduciría en forma significativa uno de los principales gases causantes del
efecto invernadero.